PICCATTO (1908-1944) POR SUS OTROS

Por Agamenón Castrillón


(Epílogo del libro "Las anticipaciones del ángel amargo" - Obra completa de Pedro Picatto - Yaugurú Ediciones - Montevideo 2008)


En la mesa de un bar, en esas tertulias de antes del 45, junto a Onetti y Paco, estaban Arregui, Flores Mora, Cabrerita, Bordoli, Larriera, Falco y Pedro. Piccatto, un hombre que saltaba de noche en noche porque le dolían los puentes del día, se fue por un pasaje con nombre de poeta y se cayó en un callejón sin salida…

El olvido inexplicable no justifica olvido alguno, por eso existen tipos como el Macapoeta (para nuestra fortuna) que hurgan en los rincones del círculo, levantan servilletas de los boliches perdidos y recomponen pedazos de historia para el porvenir.

Salú al Centro Cultural de España y a la editorial Yaugurú por este proyecto Colección Rescate y por la publicación de estas Anticipaciones del ángel amargo, donde se rescata toda la obra de Piccatto: El ángel amargo (1937) y Anticipaciones (1944), paradójicamente póstuma, financiada por sus amigos de la barra del bar Yatasto y la barra de Arregui del café Libertad, que estaba en el viejo edificio de la ONDA.

Para rescatar a este hombre, a un siglo de su nacimiento y a más de medio siglo de su muerte, además de zambullirse en su obra, hay que buscar cabos de ángeles perdidos en las referencias literarias de sus amigos. Líber Falco le escribió dos poemas, uno en vida titulado precisamente “A Pedro Piccatto”:

Te veo un ángel,
de hueso, piel y carne florecido,
ojos de lince y aldabón de sienes
golpeando en las puertas del olvido.
Y más lejos te veo,
en una tarde azul y proletaria,
de blusa azul
con tus ojos ya claramente azules,
hablando con muchachas
de blusa azul,
y azul de fondo el cielo.
Luego te vas por una calle solo,
y en la cuarta, quinta o sexta puerta
preguntas por un niño
que no nació, y nacerá mañana.
Ese niño eres tú. Y te vas alegre.
Porque mañana es Mañana,
y detrás de las puertas
definitivamente,
contestan camaradas.

Juan Cunha le dedicó un poema de su primer libro, El pájaro que vino de la noche (1929), con estas palabras: “A Pedro Piccatto, espíritu enorme, asustante de cimas por estallar, doy lo mejor que haya en este poema”.

El viejo Mario García a principios de la década del cuarenta no había cumplido los 20 y ya era poeta y antifascista. Ayer hablamos por teléfono y me comentó que el bar Yatasto, en Sierra y 9 de Abril, fue su primer taller de literatura y de la vida. Allí conoció a Pedro Piccatto y a otros poetas como Falco, Parrilla, el mismísimo Ibáñez, junto a otros obreros defensores de la España Republicana y a otros tanos, gallegos, anarcos, comunistas y batllistas. Las tenidas eran largas y picantes. Piccatto era un hombre “escéptico, de apariencia tranquila pero un discutidor acalorado, irónico y mordaz –me explicaba Mario–, y lo que más recuerdo era su mirada penetrante que junto a su voz te traspasaba de lado a lado”. Lo que dice Cunha: “asustante de cimas por estallar”.

Hemos buscado otros cabos y encontramos pocos documentos que se refieran a Piccatto o a su obra. Está la nota que escribió Falco en Marcha después de su muerte:

“Conocí a Piccatto alrededor de 1929… Por entonces militábamos en cierto revolucionarismo impaciente y casi nihilista… lo recuerdo en aquellas tertulias discutidoras… Piccatto empleaba en las discusiones una táctica de guerrillero, tenaz y conturbador, donde la improvisación desempeñaba un importante papel.”

Hay un diálogo memorable que rescata Arregui, en el que –valoración de contenidos aparte– el afán y el formato discutidor de Piccatto quedan pintados dramáticamente:

“Urdió un complicado elogio de las prostitutas… de ahí pasó al vejamen de las mujeres hogareñas. Entre otras muchas cosas inescribibles, las calificó de estúpidas bestias que paren y lavan platos. Falco nunca interrumpía a nadie pero esa vez lo hizo:

–Pero Piccatto… ¡son seres!
–¡Bah…!
–Y Dios las mira cuando lavan los platos.
Piccatto le clavó sus ojos acerados y avanzó hacia él su largo índice acusador:
–Usted, Falco, va a ir al cielo. ¡¿No le da vergüenza?!”

El propio Falco, ante la muerte de Piccatto, pidió reiteradamente a Mario Arregui que escribiera una nota como forma de mantenerlo presente en la mesa del bar.
En julio de 1944 Arregui publicó en Marcha sus “Notas para un retrato en blanco y negro”, en la que explicaba las profundidades de esos aspectos que venimos describiendo sobre la personalidad de Piccatto:

“Todos venimos y nos vamos, y entre dos oscuridades tratamos de ejercer de alguna manera el oficio de vivir. Piccatto también lo trató, pero la vida había sido dura con él: de niño, un accidente le fracturó la columna vertebral. Despojado, robado, enfermo, tuvo que llevar su existencia en una incesante tensión de heroísmo y ser el luchador de lo cotidiano que a nosotros se nos da por añadidura. Y tuvo que ser también, frecuentemente, aquel que, de pie en la ribera, mira pasar el río.”

Bordoli, en su Antología de la poesía uruguaya contemporánea, explica que la mala suerte hizo que al año y medio, cuando lo llevaron de paseo al parque Rodó, se cayera de “los brazos que lo sostenían”, y se fracturara la columna.

A pesar de tanto vallejazo sobre los hombros de este hombre de “golpes en la vida… yo no sé, tan fuertes…” y de haber nacido “un día en que Dios estuvo enfermo, grave”, concuerdo con Bordoli cuando dice que “el libro de Piccatto es una victoria”. “No es solo la lucha contra el dolor, es la apropiación del mismo, el señorío último y espléndido desde donde mira la vida, una vez que su padecimiento fue bebido hasta las heces, y aceptado.”

Hay otra huella que señaló Bordoli: un recuerdo erudito y conmovido de Martín Enrique Jáuregui publicado en el n.º 34 de Asir. Vayan a buscarlo… y después me cuentan..

Y no hay más documentación de consulta. Tengo un amigo que ya no alista entre los vivos, Zacarías, que un día viniendo del Fun Fun, lleno de versos, tangos y uvitas, me dijo: “Acompáñeme a mi casa, que tengo algo para regalarle”. Desde una buhardilla de un apartamento de la calle Andes me hizo bajar pilas y pilas de páginas amarillas con la colección del semanario Marcha desde el n.º 1 hasta el año 1966, tesoro que hace más de 30 años conservo. En honor a Zacarías anoche repasé hoja por hoja la década del cuarenta y no existe, aparte de las notas nombradas, ni un solo rastro sobre Piccatto y su obra.

Finalmente, en 1955, a once años de la desaparición física de Piccatto y con la “extraña compañía” a su costado, Falco va al encuentro del amigo muerto en el segundo poema que mencionamos y que elegimos como sujetado cierre de esta nota:

A Piccatto

Vienes a mí, ya de regreso
con un ala latiéndote al costado.
Oscuro de silencios, la boca manándote negruras.
Vienes a mí, me tocas y juntos
nos vamos a caminar la Tierra.
Pero, ¿por qué no hablas?
¿Es preciso acaso que no hablen los muertos?
Dime qué cosas callas.
Qué es, lo que calla tu silencio.
¿Por qué tú, mi amigo, como los muertos todos callas?
Tan alegre y rotundo.
Tan amargo y rotundo.
Tanta luz en tus ojos.
Y todo se ha acabado.
Es muy triste estar solo y pensar que te has muerto.

Agamenón Castrillón - Agosto de 2008